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lunes, 2 de mayo de 2016

Dark Orbit, de Carolyn Ives Gilman

Cuando Saraswasti Callicot despertó en el planeta Capella Two se sentía algo desorientada. No era para menos: su último recuerdo consciente databa de nueve años antes, o lo que es lo mismo, a nueve años luz de distancia, en el instante en que fue descompuesta en bits de información y enviada en un haz de fotones a otro sistema solar, donde fue vuelta a recomponer molécula a molécula. Estamos pues ante una versión actualizada y más plausible de una idea que ya tiene bastantes años en la ciencia ficción: el teletransporte. Solo debemos rememorar el jauntear del imprescindible clásico Las estrellas mi destino (1956) de Alfred Bester, o el Beam me up, Scotty! de la popular Star Trek. Pero esto es solo un aperitivo de las maravillas que nos reserva Carolyn Ives Gilman en su novela Dark Orbit.

Al poco de materializarse en el planeta, una mega-corporación le ofrecerá a nuestra amiga Sara una proposición que no podrá rechazar: formar parte de una expedición a un planeta habitable recién descubierto, situado a unos 80 años luz (por supuesto mediante otro transporte lumínico, esta vez con destino a una nave exploradora automatizada enviada siglos antes). En la misión coincidirá de forma nada casual con Thora Lassiter, la otra protagonista de la novela, quien deja atrás un pasado digamos que problemático (problemático a nivel planetario). Una vez alcanzado su destino la expedicion descubrirá que el planeta posee una peculiar vida alienígena -algo único en el espacio conocido-, y que esconde un montón de sorpresas que no voy a desvelar aquí (para los impacientes, algunas se indican en la contraportada del libro).